La reciente victoria de Diego Santilli (La Libertad Avanza – LLA) en las elecciones legislativas de la Provincia de Buenos Aires no solo reconfiguró el mapa político, sino que también desató una polémica mediática centrada en su expareja, la periodista Nancy Pazos.
Invitada al programa A la Barbarossa (Telefe), Pazos no ocultó su desazón, transformando el análisis electoral en una punzante declaración personal e ideológica que hoy alimenta el debate sobre el rol del periodismo y la objetividad.
Con la totalidad de las mesas escrutadas que confirmaban la ajustada victoria de LLA sobre el oficialismo en PBA, la periodista fue consultada sobre el triunfo del padre de sus hijos.
Su respuesta fue rotunda y cargada de dramatismo: admitió que «no quería que ganara» y que lo que verdaderamente la «aterra es lo que hay detrás de la ideología de los libertarios».
Pazos elevó el tono de su crítica al asegurar que el nuevo gobierno y su movimiento han puesto «casi de moda la crueldad», lamentando profundamente que la gente haya «avalado esto».
Incluso, sumó una referencia personal al recordarle a Santilli que ella «contribuyó un montón» para que él pudiera hablar en su momento, insinuando una influencia formativa en el pasado.
Si bien es legítimo y esperado que una periodista tenga una postura política, la reacción de Nancy Pazos tras la victoria de Santilli ha generado un amplio repudio por su marcado sesgo y tono catastrófico.
Al situar su análisis desde la óptica del «terror» y al describir el resultado electoral como la validación de la «crueldad» por parte de los votantes, Pazos corre el riesgo de desdibujar el límite entre el comentario político y la descalificación emocional.
Su intervención parece partir de una premisa elitista, la de quien se niega a comprender o aceptar una decisión democrática mayoritaria.
El argumento de la «crueldad» como bandera ideológica no solo resulta una simplificación extrema, sino que también minimiza las complejas razones (económicas, sociales o de hartazgo) que movilizaron a los más de cuatro millones de bonaerenses que optaron por LLA.
A esto se suma la innecesaria injerencia de su vida privada. Al recordar su exvínculo con Santilli y atribuirse parte de su formación, Pazos introduce un componente de resentimiento personal que contamina su rol de analista.
Este recurso debilita la seriedad de su crítica y convierte su postura en una expresión más de la polarización que asedia al periodismo actual, donde la ideología, y a veces hasta la historia familiar, se impone a la mesura.
En un momento de fuerte fragmentación política, el público espera que los comunicadores, incluso los más militantes, demuestren un mínimo de respeto por las urnas, sin recurrir a términos que estigmatizan a la ciudadanía por su voto.




