Polémica nueva vida de la feminista Calu Rivero

Calu Rivero, o «Dignity» para quienes la recuerdan por su rol clave en la denuncia de Juan Darthés, ha cambiado los sets de grabación argentinos por las calles arboladas de Nueva York.

La actriz, que en su momento fue bandera de la lucha contra el abuso en el espectáculo, ahora comparte postales de una vida que parece un manual de autoayuda neoyorquino: paseos «sin maquillaje, sin amuletos», abrazos con sus hijos, Tao y Bee, y una reflexión constante sobre su nueva «versión» maternal junto a su pareja, Aíto de la Rúa.

El reciente regreso a la Gran Manzana, ciudad que fue su hogar por tres años, no es solo un viaje de vacaciones. Es la confirmación de un quiebre radical con su pasado mediático.

«Hoy camino sin maquillaje, sin amuletos. Más cómoda. Acompañada. Buscando ese balance entre lo que quiero ser y lo que puedo», lanzó en sus redes, una frase que resonó con miles de seguidores… y con algunos críticos.

Aquí reside la polémica. Rivero, quien durante años canalizó su dolor y su militancia a través de una exposición pública altísima, ahora se refugia en una burbuja de paz. La pregunta que flota en el ambiente es:

¿Hasta qué punto esta «introspección y búsqueda personal» es una evolución genuina y no un privilegio reservado para unos pocos? Dejar la actuación, abrazar la maternidad y filosofar sobre la simpleza es un camino mucho más transitable cuando el mapa incluye las conexiones y la estabilidad económica del clan De la Rúa.

La coincidencia de su estadía con eventos mediáticos de la familia, como el festival donde Shakira (expareja del hermano de Aíto) era figura central, solo subraya su nueva órbita:

la de una élite conectada que se mueve entre continentes y proyectos personales, lejos de las preocupaciones del artista promedio que necesita trabajar para vivir.

Calu ha abrazado una imagen de «madurez emocional» y conexión con lo simple. Sin embargo, la simpleza de Rivero es la sofisticada simpleza de quien puede permitirse el lujo de la desconexión total.

El personaje que luchó por la «dignidad» ha mutado en una figura etérea que promueve el desarme del ego para «hacer lugar a dos mundos chiquitos».

El contraste es brutal: de ícono de una causa judicial compleja a madre que sonríe en cafeterías de lujo. Mientras muchos aplauden su paz encontrada, otros no pueden evitar señalar la ironía: Calu ha cambiado un tipo de performance pública (la actuación) por otra (la maternidad curada y la reflexión new age).

Su nueva vida, aunque pacífica en apariencia, sigue siendo un tema de debate: ¿es el final feliz de una luchadora o la prueba de que el retiro del mundanal ruido siempre es más fácil desde la cima de la pirámide?